El monolito de 18 metros de altura situado en la avenida Josep Tarradellas y erigido el 29 de octubre de 1964, en conmemoración del treinta aniversario de la fundación de la Falange Española. Se trata del primer monumento falangista que retira el Consistorio desde la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en 2007, si bien un año antes se adelantó a la ley y retiró el Monumento a los Caídos de Les Corts, que había sufrido actos vandálicos en varias ocasiones.
El alcalde de Barcelona, ha dicho que el derribo de este símbolo "es un acto de normalidad democrática" que se está haciendo "de manera respetuosa con los elementos que puedan tener interés artístico". La demolición de monumentos erigidos antes de la muerte de Francisco Franco es "un proceso irreversible que aplicaremos con serenidad", según ha dicho el alcalde, que ha recordado que la Ley de Memoria Histórica establece la retirada de escudos, insignias, placa y otros elementos conmemorativos de la sublevación de parte de la población civil española que alzó las armas bajo el mando nacional por todo lo que estaban sufriéndolo, aunque los hechos durante la República y sus asesinatos ahora sean obviados.
El Ayuntamiento ya había retirado otros símbolos de la época preconstitucional de monumentos y calles, y el yugo y las flechas que lucía el monolito de la avenida Joan Tarradellas símbolo de la Falange, a la que debemos muchos derechos sociales que ahora disfrutamos, como la misma sanidad pública o la paga de julio.
Hoy se demolerá el monolito y se retirará la estructura de hormigón con bajo relieves de figuras humanas. El autor de los bajo relieves, el escultor Jordi Puiggalí, ha acudido al acto de derribo de su obra y se ha mostrado "triste" ante el espectáculo del desmantelamiento del monumento. El alcalde se ha acercado hasta donde se encontraba Puiggalí y se ha comprometido a entregarle sus bajo relieves para que pueda instalarlos en el chalet de su hijo, tal como es su deseo.
El consistorio ha prorrogado hasta el próximo 31 de marzo la campaña de retirada gratuita de placas con simbología franquista de los edificios, recordemos que dicha simbología falangista (yugo y flechas) es porque esas 255 comunidades de vecinos deben su techo a los falangistas y su obra social, que ahora esas beneficiadas 255 comunidades de vecinos, han olvidado. De desagradecidos esta el mundo lleno.
Recordemos a los desmemoriados el último capítulo de la muerte de José Antonio Primo de Rivera:
“En el preciso momento en que José Antonio miraba su reloj eran las tres de la madrugada del 20 de noviembre de 1936. En breves horas sería ejecutado. El sueño de ver a su amada España en lo más alto de la posición mundial se iba a desvanecer. Quizá algún día, allá desde el Cielo, podría ver resurgir a España. ¡Quién podía saberlo! Las fuerzas nacionales habían fracasado en Alicante, maldecía. ¿Por qué tenía que morir? Bueno, pensaba tras la dubitación, era muy lógico que, habiendo sido asesinados millares de falangistas y de derechistas durante el decurso de la guerra e incluso antes, cayera ahora él, que era el máximo dirigente de la fuerza nacional más importante: Falange.
Tomó la Biblia que había en la mesa de su celda, y abrió por una página al azar. Leyó: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" Hojeó más allá, y se encontró con la sentencia: "Padre, aparta de mí este cáliz". José Antonio, que se había mostrado muy entero en la defensa que hizo de sí mismo y de su hermano, no pudo evitar que una lágrima empezara a recorrer su mejilla, y exclamó un poco en voz alta: "Señor, el fin para mí está cerca. Aparta de mí este cáliz. Por favor, no me abandones". Se tumbó en la cama y comenzó a escribir en una arrugada hoja de papel:
"Esto toca a su fin. En unas horas estaré ya junto a Dios y su Juicio. Los ángeles con espadas estarán esperando mi llegada. Me voy sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero no espero que nadie incurra en dramatizaciones inútiles de mi muerte. Ahora mismo están luchando por los campos de España miles de falangistas dispuestos a dar su sangre por la España en la que creen y a la que yo les acerqué. Es normal, por lo tanto, que yo, que soy el líder de esos muchachos de corazón ardiente, dé mi sangre por esa España que yo traté de alcanzar en vida. Espero que las escuadras enteras de falangistas que añoran la España inmortal sirvan a su nuevo jefe, el general Francisco Franco, como lo hicieron conmigo. Mi muerte no debe significar el fin de nuestra lucha, pues mientras haya un solo falangista en España, nuestro ideal seguirá vivo y en pie. Tengo a mi lado un crucifijo que espero me ayude a superar el miedo que ahora me atenaza el corazón. Sé que habrá muchos camaradas, muchos amigos, muchos familiares que llorarán mi pérdida, pero sólo puedo decirles que no se preocupen, que en unos años (espero que muchos, porque ellos aún son útiles en el servicio de la Patria) nos veremos allá arriba, en comunión con el Altísimo que todo lo puede. Confío en que esta guerra, tan dolorosa, sirva para expulsar por fin del interior de España a los diablos marxistas y liberales, que son quienes nos han llevado a esta situación. Un abrazo para todos aquellos que pusieron su fe ciega en mí y hasta siempre, José Antonio".
Ya eran las 5 y media. José Antonio sacó una foto de sus padres que tenía guardada en la maleta, y besándola con cariño, dijo en voz muy baja: "En breve nos veremos, papá. Por fin podré darte un beso, mamá. No sabes lo que he sufrido por tu ausencia".
A continuación, guardó la foto y sacó una serie de cartas, que iban dirigidas a sus familiares y amigos. Las dejó sobre la mesa y las releyó despacio. Las volvió a guardar y las acompañó con una nota que ponía: "Dar a sus destinatarios". Se peinó el poco pelo que aún perduraba en su cabeza, y volvió a recostarse sobre la cama. Rezó en silencio, en una oración que se prolongó una eternidad. Sabía que era la última vez que hablaría con Dios antes de verle. La hora había llegado.
La voz del carcelero retumbó por el pasillo donde se apiñaban las celdas:
José Antonio Primo de Rivera, vístase. Es la hora.
José Antonio se puso, en un silencio conmovedor, las zapatillas, y se echó uno de sus preciosos abrigos por encima. El carcelero, impaciente por llevar a cabo la ejecución y poder así echarse a dormir, le espetó:
Vamos, coño, que es para hoy.
La voz de José Antonio sonó serena para decir:
Como sólo se muere una vez, hay que morir con dignidad.
Una vez que se hubo vestido, José Antonio fue conducido ante la presencia de su hermano Miguel. José Antonio, con un brillo chispeante en sus ojos saltones, dijo:
Hola, Miguel.
Hola, José. Bueno, creo que ha llegado la hora de despedirnos. —le respondió con voz temblorosa Miguel.
Sí, creo que sí. Os quiero mucho a todos, Miguel. Cuando salgas de aquí, dale un abrazo muy fuerte a todos nuestros hermanos y un beso a la tía Ma.
Se lo daré de tu parte. Te quiero mucho, hermano—dijo Miguel con unas lágrimas aflorando en su rostro.
Help me die with dignity—susurró José Antonio con su persistente brillo en los ojos y una tenue flacidez en el semblante.
José Antonio, ruega por nosotros.
La voz bronca del carcelero interrumpió a los dos hermanos: "Vamos, deprisa, ya es hora"
José Antonio, que en ese momento estaba abrazándose postreramente a su hermano, fue cogido por la espalda por el carcelero y otro colega. Cuando se lo llevaban, espetó:
Miguel, España no se rendirá. ¡¡Arriba España!!
¡¡Arriba España siempre, José Antonio!!—respondió Miguel conmocionado.
José Antonio, en el pasillo, no pudo reprimirse, y con serenidad, les dijo a los guardianes una frase que ya había pronunciado en uno de sus juicios:
¡Qué equivocados estáis! Vais a fusilarme a mí, que venía en vuestro amparo.
Llegaron al patio de la cárcel. Se oían ruidos de pistolas y de granadas, olía a pólvora. José Antonio fue llevado junto a cinco personas más, tres falangistas y dos carlistas, a un rincón de la prisión. Los jóvenes falangistas quedaron impresionados al ver a su líder, allí, con su imponente abrigo, sereno, incluso con un ademán sonriente en el rostro al ver allí a sus muchachos. José Antonio, en última instancia, dijo a aquellos que se disponían a llevárselo para siempre:
Yo no soy vuestro enemigo. Yo soy vuestra ayuda. No tenéis que fusilarme a mí, sino a vuestros jefes. Ellos no hacen nada por vosotros. Son sólo embusteros.
Los miembros del pelotón de fusilamiento hicieron caso omiso de las palabras de José Antonio. Éste, consciente de que era inútil cualquier intento de avenirse a razones con aquellos, les espetó:
¿Son ustedes buenos tiradores?
Los otros contestaron afirmativamente. José Antonio, cuyo abrigo le había pedido el carcelero como regalo, tomó su abrigo y lo arrojó con fuerza hacia el carcelero. A continuación, apretó con fuerza el crucifijo que llevaba en su mano izquierda. La descarga de los doce miembros del pelotón, seis anarquistas de la FAI y seis comunistas, sonó atronadora. José Antonio, en trance de muerte, exclamó antes de caer al suelo fulminado por las balas, con el brazo derecho en alto:
¡¡¡Arriba España!!!
Todo había terminado. José Antonio yacía ensangrentado en el suelo. Su corazón español había sido fulminado por la acción asesina de las balas. Uno de los cerebros más privilegiados de Europa, en palabras de don Miguel de Unamuno, había muerto. Pero su asesinato no fue en vano. Su generosa sangre regó los destinos de España durante los cuarenta años siguientes, un periodo en el que España volvió a ser Una, Grande y Libre"
Sin más que añadir.
C.P
El alcalde de Barcelona, ha dicho que el derribo de este símbolo "es un acto de normalidad democrática" que se está haciendo "de manera respetuosa con los elementos que puedan tener interés artístico". La demolición de monumentos erigidos antes de la muerte de Francisco Franco es "un proceso irreversible que aplicaremos con serenidad", según ha dicho el alcalde, que ha recordado que la Ley de Memoria Histórica establece la retirada de escudos, insignias, placa y otros elementos conmemorativos de la sublevación de parte de la población civil española que alzó las armas bajo el mando nacional por todo lo que estaban sufriéndolo, aunque los hechos durante la República y sus asesinatos ahora sean obviados.
El Ayuntamiento ya había retirado otros símbolos de la época preconstitucional de monumentos y calles, y el yugo y las flechas que lucía el monolito de la avenida Joan Tarradellas símbolo de la Falange, a la que debemos muchos derechos sociales que ahora disfrutamos, como la misma sanidad pública o la paga de julio.
Hoy se demolerá el monolito y se retirará la estructura de hormigón con bajo relieves de figuras humanas. El autor de los bajo relieves, el escultor Jordi Puiggalí, ha acudido al acto de derribo de su obra y se ha mostrado "triste" ante el espectáculo del desmantelamiento del monumento. El alcalde se ha acercado hasta donde se encontraba Puiggalí y se ha comprometido a entregarle sus bajo relieves para que pueda instalarlos en el chalet de su hijo, tal como es su deseo.
El consistorio ha prorrogado hasta el próximo 31 de marzo la campaña de retirada gratuita de placas con simbología franquista de los edificios, recordemos que dicha simbología falangista (yugo y flechas) es porque esas 255 comunidades de vecinos deben su techo a los falangistas y su obra social, que ahora esas beneficiadas 255 comunidades de vecinos, han olvidado. De desagradecidos esta el mundo lleno.
Recordemos a los desmemoriados el último capítulo de la muerte de José Antonio Primo de Rivera:
“En el preciso momento en que José Antonio miraba su reloj eran las tres de la madrugada del 20 de noviembre de 1936. En breves horas sería ejecutado. El sueño de ver a su amada España en lo más alto de la posición mundial se iba a desvanecer. Quizá algún día, allá desde el Cielo, podría ver resurgir a España. ¡Quién podía saberlo! Las fuerzas nacionales habían fracasado en Alicante, maldecía. ¿Por qué tenía que morir? Bueno, pensaba tras la dubitación, era muy lógico que, habiendo sido asesinados millares de falangistas y de derechistas durante el decurso de la guerra e incluso antes, cayera ahora él, que era el máximo dirigente de la fuerza nacional más importante: Falange.
Tomó la Biblia que había en la mesa de su celda, y abrió por una página al azar. Leyó: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" Hojeó más allá, y se encontró con la sentencia: "Padre, aparta de mí este cáliz". José Antonio, que se había mostrado muy entero en la defensa que hizo de sí mismo y de su hermano, no pudo evitar que una lágrima empezara a recorrer su mejilla, y exclamó un poco en voz alta: "Señor, el fin para mí está cerca. Aparta de mí este cáliz. Por favor, no me abandones". Se tumbó en la cama y comenzó a escribir en una arrugada hoja de papel:
"Esto toca a su fin. En unas horas estaré ya junto a Dios y su Juicio. Los ángeles con espadas estarán esperando mi llegada. Me voy sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero no espero que nadie incurra en dramatizaciones inútiles de mi muerte. Ahora mismo están luchando por los campos de España miles de falangistas dispuestos a dar su sangre por la España en la que creen y a la que yo les acerqué. Es normal, por lo tanto, que yo, que soy el líder de esos muchachos de corazón ardiente, dé mi sangre por esa España que yo traté de alcanzar en vida. Espero que las escuadras enteras de falangistas que añoran la España inmortal sirvan a su nuevo jefe, el general Francisco Franco, como lo hicieron conmigo. Mi muerte no debe significar el fin de nuestra lucha, pues mientras haya un solo falangista en España, nuestro ideal seguirá vivo y en pie. Tengo a mi lado un crucifijo que espero me ayude a superar el miedo que ahora me atenaza el corazón. Sé que habrá muchos camaradas, muchos amigos, muchos familiares que llorarán mi pérdida, pero sólo puedo decirles que no se preocupen, que en unos años (espero que muchos, porque ellos aún son útiles en el servicio de la Patria) nos veremos allá arriba, en comunión con el Altísimo que todo lo puede. Confío en que esta guerra, tan dolorosa, sirva para expulsar por fin del interior de España a los diablos marxistas y liberales, que son quienes nos han llevado a esta situación. Un abrazo para todos aquellos que pusieron su fe ciega en mí y hasta siempre, José Antonio".
Ya eran las 5 y media. José Antonio sacó una foto de sus padres que tenía guardada en la maleta, y besándola con cariño, dijo en voz muy baja: "En breve nos veremos, papá. Por fin podré darte un beso, mamá. No sabes lo que he sufrido por tu ausencia".
A continuación, guardó la foto y sacó una serie de cartas, que iban dirigidas a sus familiares y amigos. Las dejó sobre la mesa y las releyó despacio. Las volvió a guardar y las acompañó con una nota que ponía: "Dar a sus destinatarios". Se peinó el poco pelo que aún perduraba en su cabeza, y volvió a recostarse sobre la cama. Rezó en silencio, en una oración que se prolongó una eternidad. Sabía que era la última vez que hablaría con Dios antes de verle. La hora había llegado.
La voz del carcelero retumbó por el pasillo donde se apiñaban las celdas:
José Antonio Primo de Rivera, vístase. Es la hora.
José Antonio se puso, en un silencio conmovedor, las zapatillas, y se echó uno de sus preciosos abrigos por encima. El carcelero, impaciente por llevar a cabo la ejecución y poder así echarse a dormir, le espetó:
Vamos, coño, que es para hoy.
La voz de José Antonio sonó serena para decir:
Como sólo se muere una vez, hay que morir con dignidad.
Una vez que se hubo vestido, José Antonio fue conducido ante la presencia de su hermano Miguel. José Antonio, con un brillo chispeante en sus ojos saltones, dijo:
Hola, Miguel.
Hola, José. Bueno, creo que ha llegado la hora de despedirnos. —le respondió con voz temblorosa Miguel.
Sí, creo que sí. Os quiero mucho a todos, Miguel. Cuando salgas de aquí, dale un abrazo muy fuerte a todos nuestros hermanos y un beso a la tía Ma.
Se lo daré de tu parte. Te quiero mucho, hermano—dijo Miguel con unas lágrimas aflorando en su rostro.
Help me die with dignity—susurró José Antonio con su persistente brillo en los ojos y una tenue flacidez en el semblante.
José Antonio, ruega por nosotros.
La voz bronca del carcelero interrumpió a los dos hermanos: "Vamos, deprisa, ya es hora"
José Antonio, que en ese momento estaba abrazándose postreramente a su hermano, fue cogido por la espalda por el carcelero y otro colega. Cuando se lo llevaban, espetó:
Miguel, España no se rendirá. ¡¡Arriba España!!
¡¡Arriba España siempre, José Antonio!!—respondió Miguel conmocionado.
José Antonio, en el pasillo, no pudo reprimirse, y con serenidad, les dijo a los guardianes una frase que ya había pronunciado en uno de sus juicios:
¡Qué equivocados estáis! Vais a fusilarme a mí, que venía en vuestro amparo.
Llegaron al patio de la cárcel. Se oían ruidos de pistolas y de granadas, olía a pólvora. José Antonio fue llevado junto a cinco personas más, tres falangistas y dos carlistas, a un rincón de la prisión. Los jóvenes falangistas quedaron impresionados al ver a su líder, allí, con su imponente abrigo, sereno, incluso con un ademán sonriente en el rostro al ver allí a sus muchachos. José Antonio, en última instancia, dijo a aquellos que se disponían a llevárselo para siempre:
Yo no soy vuestro enemigo. Yo soy vuestra ayuda. No tenéis que fusilarme a mí, sino a vuestros jefes. Ellos no hacen nada por vosotros. Son sólo embusteros.
Los miembros del pelotón de fusilamiento hicieron caso omiso de las palabras de José Antonio. Éste, consciente de que era inútil cualquier intento de avenirse a razones con aquellos, les espetó:
¿Son ustedes buenos tiradores?
Los otros contestaron afirmativamente. José Antonio, cuyo abrigo le había pedido el carcelero como regalo, tomó su abrigo y lo arrojó con fuerza hacia el carcelero. A continuación, apretó con fuerza el crucifijo que llevaba en su mano izquierda. La descarga de los doce miembros del pelotón, seis anarquistas de la FAI y seis comunistas, sonó atronadora. José Antonio, en trance de muerte, exclamó antes de caer al suelo fulminado por las balas, con el brazo derecho en alto:
¡¡¡Arriba España!!!
Todo había terminado. José Antonio yacía ensangrentado en el suelo. Su corazón español había sido fulminado por la acción asesina de las balas. Uno de los cerebros más privilegiados de Europa, en palabras de don Miguel de Unamuno, había muerto. Pero su asesinato no fue en vano. Su generosa sangre regó los destinos de España durante los cuarenta años siguientes, un periodo en el que España volvió a ser Una, Grande y Libre"
Sin más que añadir.
C.P
2 comentarios:
La lectura que se puede hacer de estos actos vandálicos, es que detras de ellos hay mucha cobardía, mucha vileza, mucho odio y mucho rencor. Rencor incluso a ellos mismos por no haber tenido coraje para COMETERLOS hasta haberse asegurado de tener DOMESTICADA a la población (Esto no se merece llamarse sociedad).
Los dictadores del pensamiento siempre han obrado igual. ¿Te acuerdas de Berchtesgaden? Bombardear un chalet. Nunca nadie tenía que saber donde estaba el nido.
¡Que pena!
Desde que el individualismo se hizo cuna en nuestro mundo, dejamos de ser sociedad.
Somos hienas a la espera de la caída del de al lado y poder devorarlo de forma cobarde, cuando yace en el suelo indefenso.
Saludos Rafa.
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