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jueves, 19 de febrero de 2009

Hay quien se aferra a un tiempo.

Aferrarse al tiempo, es llenarte de miedos, evasiones y de efectos devastadores para la evolución, es la amputación de miembros, volviéndolos inválidos.

El reino perdido de los que del ayer beben, -aguas ya pasadas- que no diré que ya no mueven molinos, esos molinos que muelen el trigo que hará el pan del que luego se alimentará el pueblo. Diré que más bien, se estancaron esas aguas, ya no poseen oxígeno entre sus partículas, ya no son capaces de ser útiles para el regadío, ya no lo son para saciar al sediento -pues lo envenenarían-, o enfermarían. Aguas, pasados, ayeres, adioses, muertos o moribundos, atardeceres, noches al fin y al cabo, que deben -por naturaleza- parir un nuevo sol, un nuevo día, un nuevo amanecer.

El nacimiento del rio, no debe encerrarse entre bloques de hormigón, de quienes le desean siempre igual y para sí, por donde ellos desean que vaya. Con esas mismas aguas, esas aguas deben pasar, y dejar venir las nuevas, que llegaran ¡sí!

Son los ciclos naturales de la Madre Tierra, la evolución de los tiempos y de nuestra gente. Porque el pueblo crece, o decrece, según las ideas que para. Solo del pueblo saldrá la sabia palabra. Se acuna en su seno.

Por el pueblo serán bienvenidos sus guardianes, pues es lo que esperan, esa agua límpida que les de fortaleza a las cosechas, que den fuerza y salud a sus hijos, que limpien la basura del mismo aire, y ojalá de los corazones que no creyeron que llegaría esa agua nueva, esa corriente que se paró en un periodo estival, que se tornó eterno.

Nadie creía que volverían las lluvias.

Se conformaron con aguas estancadas, sucias, impuras, que empezaban a corromperse a sabiendas unos bebían, otros en el recuerdo de las que fueron, bebían de ella con avidez e inconsciencia, soñando que su transparencia retornaba, tapándose al beber los ojos, que ese olor nauseabundo al taparse la nariz no se notaba, soñando que las que quedaron serian y sabrían igual, si las creían tan buenas como ayer, así lo serían siempre.

Pero, los que creyeron que volverían las nuevas lluvias, el que creyó en el nuevo brote límpido de entre esas rocas que parecía más que secas. Esos que con paciencia y trabajo esperaron, su sed saciada un día encontraron.

Trabajaron para que el camino que tenía ya hecho en forma de surco en la roca, no se atascase y dejar el paso abierto para que volviese a fluir el manantial, esa idea que calmase su sed y la de sus vecinos, que a pesar de no creer en ella, era de ellos también. Del pueblo para el pueblo, porque el agua no se esperó solo para ellos, la idea no brotó solo para ellos ni la desearon solo para sí, era para compartirla, era para su dueño: el pueblo y ellos también eran pueblo.
Yo no deseo ríos pasados, ni aguas, ni ideas, quiero a mi gente de ahora, no busco resucitar a los muertos, ni desenterrarlos, o sacar brillo a sus losas. No deseo ser la que rece más Padres Nuestros, ni grite más alto entre mis 50 compañeros en pensamiento.

Quiero que nazca el sentimiento, ese amor.
¿Qué hay más fuerte que ese amor? El hambre es amor, a ti mismo, o a tus hijos que te lloran cogidos a la falda.
¿A la patria? Pues claro, es tu gran familia, o así debiera serlo.
¿A tu trabajo? Claro, es lo que te da dignidad y los medios de subsistencia, algo que es amor a ti y también a los tuyos y a la comunidad nacional (en las mentes superiores claro, hay quien solo desea llenar la panza).

Cuando lo amado nos falta, es cuando lo echamos de menos, es cuando con uñas, dientes y trenzando del pecho el último aliento, buscamos y rebuscamos, es cuando la idea, que es amor, alza su lanza y ensarta en ella al que te quiere robar lo amado, con presteza y rabia.

Hay que amar y amar, amar lo nuestro, amar a los nuestros y estar con ellos, solo el amor construye.
No huir a las cavernas de lo perfecto donde agua pura de la cima siempre cae, pero hacia abajo, no permanece con el ermitaño que todo sabe. El manantial sabe cuál es su deber, el de llenar las cuencas de los ríos que sirvan para saciar la sed del pueblo y den alimento a sus cosechas.
Nuestro sitio es, con y por nuestro pueblo, el resto son exorcismos e intentos zombisticos, a espaldas de lo nuestro, con sectarismos de ensoñaciones de élites ya malolientes, caducas y a dos metros bajo tierra.

Carmen Padial.

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