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viernes, 13 de febrero de 2009

Si ese honor se me permite...

“Para saber algo, no basta con haberlo aprendido”, pronunciaba un compatriota hace siglos en lo que en su época se llamaba Hispania.

Aquel gran hombre, Lucio Anneo Seneca, sabio, entre sabios, aprendió de la vida básicamente que lo peor era necesitar de lo humano para ser feliz, entendió que aferrarse a materia o edades, carcomía el alma.


Para saber algo, no basta con haberlo aprendido, ni conocido, hay que entenderlo.
Este sabio entre sabios, amigo del pueblo llano y no del que poseía amplios espacios, y residencias con varias estancias. Hombre que no evaluaba -como mejor- el que más vasallos tuviese a su cargo. Él, pregonaba la vida simple y la simpleza como vida. Sabía que la savia de la nación está en lo más pobre, lo más simple, lo más sencillo, al igual que la libertad o el saber.

De eso, sabe mucho el pueblo, el que menos tenga más sabe, más libre suele ser, más maestro es.
El que encorbatado y saturado por su estrés, consumidor de ansiolíticos, un desgraciado emocional en conclusión, temiendo constantemente perder su estatus en el trabajo, temiendo no satisfacer las necesidades materiales de su familia, o que los hijos son una atadura, tal vez unos barrotes que exterminan su “estado de libertad”. Se aferran a su materia, a su nivel material, social, a lo que llaman libertad. Una libertad de venta en el todo a cien, claro.

Los más humildes del pueblo, los que menos tienen y con casi nada se conforman, esos, a los que a veces se les llama idiotas, imbéciles y demás descalificaciones, son la raíz del pueblo.
¿Esos que así hablan de la base social de la nación, el armazón protector cultural, étnico y social, conocen o han vivido con ellos?
No, sino, no hablarían así de ellos.

Gente que te abre las puertas de su casa si así lo necesitas.
Gente que te ponen de todo lo que tienen en su despensa sobre la mesa, para que comas mejor que en tu casa.
Gente que cuando no hay jamón, bueno es un trozo de pan duro con un tomate restregado y una pizca de aceite.
Gente honrada, de palabra, con un nombre y apellidos de defienden como título ante la mancha de la deshonra.
Gente que te da su palabra y antes pierde la vida que no cumplirla.
Gente que te da la mano piel con piel, calor con calor, espíritu con espíritu, y esos ojos que directamente vencen a los tuyos en la fijeza.
Gente que no sabe de lo último que suena en la radio, pero que recuerda la nana que su madre le cantaba, y se empeña en que tú te la aprendas.
Gente que es la radiografía de lo que somos y que el sistema -lleno de ilustrados- nos emborrona para que nos perdamos en ese cáncer, que percibimos tener, y nadie trata, porque lo niega o cree no tener.
Gente que no sabe ni el ideal del PP, PSOE, UPyD, PNV ni lo que es la TDT. Esos pobres idiotas, desconocen a los partidos ¿qué imbéciles? ¿Verdad?
Gentes que sí, saben labrar la tierra, llenar sus despensas para cuando vienen los fríos y los caminos dejan de ser transitables. Gentes que racionan la matanza del cerdo, para comer todo el año, o que hornean el pan de toda la semana, para ellos y el resto de vecinos, porque solo hay un horno, en unos cuantos kilómetros. Aun conservan el espíritu de comunidad intacto.

Esos pobres imbéciles que a veces no votan y otras, si lo hacen es porque el politiquero de turno, le dice hazlo a éste, y el pobre imbécil, hace caso al politiquero porque cree en la honradez de la gente, pero ese tipo tan solo desea un voto más. Ese imbécil hace tiempo que es consciente de que le están engañando. Por eso, en su mayoría ni votan, o les da igual marcar una X por la derecha, que por la izquierda, porque hace tiempo que dejaron de creer en la democracia; ¡miento! En los políticos.

Ahora los idealistas se disfrazan de políticos, por eso los imbéciles, no les creen tampoco.
La gente que los llama imbéciles, no cuentan con ellos, porque son como el resto, unos los tratan como imbéciles y otros se le llaman directamente. Los demás, los que buscan que cambien y les voten, son los listos, la élite, los que a salvo de todo están.

Ellos son parte del Olimpo de los elegidos, y esa imbecilidad de pueblo, sigue pasando de estos otros, que encima les insultan directamente.

Yo, aunque apueste por un partido, lo hago porque es el único medio que la democracia me permite para poder ayudar a mi gente. Pero somos un conjunto de idealistas que tan solo buscamos salvar a este nuestro amado pueblo, y nos ponemos unas siglas porque es parte del reglamento que se nos impone. Nosotros sin, los que algunos llaman imbéciles, no somos nada, ni nada sin ellos queremos.

Yo soy parte de los imbéciles.
La excelencia del pueblo, no es la clase política o el que se cree élite. Es ese payés, o cortijero andaluz, que de mala manera sabe expresarse, pero sabe de dónde viene, a donde va y cuál es el fin de su vida, su pueblo y su existencia.

Y cuanto más me acerque a esos mis imbéciles, más libre me sentiré y más felicidad sentiré y más honrada y patriota seré, si mis compatriotas imbéciles me permiten lucir ese título, por supuesto.
Carmen M. Padial.

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